Si la inteligencia es una cualidad que sirve para resolver problemas, para comprender el mundo que nos rodea y manejarnos adecuadamente en él:
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¿Por qué personas con un coeficiente intelectual muy alto fracasan estrepitosamente?
O son ampliamente superadas por otras bastante menos inteligentes
Hay personas que, con un cociente intelectual normal, obtienen grandes logros tanto en sus trabajos como en su vida personal y social, sobrepasando incluso a otras que en los test han arrojado cifras muy altas.
Estos sujetos parecen comprender en cada momento cuál es el camino más directo y efectivo para llegar a su objetivo.
Tuenen una gran habilidad para saber qué se esconde bajo las apariencias y para percibir detalles que a otros les pasan totalmente inadvertidos.
Para la mayoría, la listeza es una inteligencia inferior, de baja calidad, mucho menos apreciada que la inteligencia académica.
El list@ no basa sus actos en un razonamiento concienzudo, en un análisis de la situación sino, más bien, parece actuar por intuición, por corazonadas, aprovechando cualquier fisura o punto débil; de ahí que a menudo se achaquen sus éxitos a la suerte.
Pero si la inteligencia es la capacidad de resolver problemas:
¿Por qué los list@s, que demuestran hacer ambas cosas con eficacia, no destacan en los test de inteligencia?
La respuesta es que la herramienta que utilizan es mucho más completa que el mero razonamiento lógico-matemático o verbal; contiene también otros recursos que conforman lo que hoy se conoce bajo el nombre de Inteligencia Emocional.
INTELIGENCIA EMOCIONAL
La interacción con las demás personas es un elemento clave en la adaptación al medio urbano ya que es lo que permite conseguir, mediante la educación, el trabajo, la constitución de la familia, todo aquello que necesitamos para vivir.
Según Daniel Goleman, profesor de psicología de la Universidad de Harvard y autor del besteller Inteligencia Emocional en 1995, ésta se define como:
1. La capacidad de reconocer los sentimientos propios y ajenos para el pensamiento.
2. La acción para automotivarse.
3. Superar decepciones.
4. Demostrar empatía.
5. Aceptar y canalizar nuestras emociones.
6. Saber dirigir nuestras conductas a objetivos deseados lograrlos y compartirlos con los demás.
Él no fue el primero ni el único en hablar de Inteligencia Emocional, pero si quien ha sintetizado este concepto encalándolo en un marco científico y analizándolo en toda su amplitud.
Estas habilidades son interdependientes y se utilizan en diferentes grados según el tipo de tarea que se lleve a cabo.
Quienes poseen este tipo de competencias tienen no sólo más posibilidades de sentirse satisfechas y cómodas consigo mismas, sino que son más eficaces en su trabajo y alcanzan más fácilmente el éxito.
Son alegres, asumen sus responsabilidades tienen un alto grado de solidaridad y expresan abiertamente sus sentimientos comunicándose claramente con los demás.
Incluso poseen un tono vital que parece inmunizarles contra enfermedades y padecimientos que, en cambio, afectan a otras personas con mayor facilidad.
A efectos prácticos, eso significa que si eres capaz de identificar y gestionar correctamente tus emociones, sin dejar que te dominen ni te sorprendan, y también puedes detectarlas y actuar en consecuencia cuando se están produciendo en los demás, tanto tus relaciones sociales como la relación contigo mismo te resultarán mucho más gratificantes.
La Inteligencia Emocional puede dividirse en cuatro grandes bloques:
- El autoconocimiento
- La autorregulación de las emociones (área intrapersonal)
- La empatía
- Habilidades sociales (área interpersonal)
Algunos autores añaden al área intrapersonal la capacidad de automotivarse y adaptarse al cambio.
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