Las emociones, como sistemas de respuesta automática, constituyen mecanismos sumamente útiles a la hora de enfrentar un peligro o aprovechar una oportunidad.
El miedo nos hace buscar salidas en cuestión de segundos al tiempo que acelera nuestros pasos, la tristeza nos permite reponernos de una pérdida, la ira nos da fuerzas para la lucha, para defendernos, y la felicidad nos hace encarar el trabajo cotidiano reduciendo el agobio de los sentimientos negativos.
Pero, ¿qué ocurre cuando la alarma salta sin motivo, cuando nuestra mente detecta un peligro que no es tal?
Ante circunstancias de este tipo, la emoción, como sistema defensivo, toma el control y decide acciones que son ejecutadas impulsivamente; en estas decisiones no participan la voluntad ni la razón.
Si nos pegamos un susto, por ejemplo, damos un respingo, nos apartamos violentamente del objeto que nos ha asustado y sufrimos en nuestro organismo cambios como la aceleración del ritmo cardiaco o respiratorio o la palidez.
Todo esto se produce de forma automática, antes siquiera de que seamos conscientes del susto que nos hemos dado.
¿HAN VARIADO EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD?
A diferencia de otros aspectos de la psiquis del hombre, las emociones apenas han variado en el transcurso de miles de años de la evolución, por este motivo, siempre que aparecen lo hacen en la misma forma que se suscitaban a nuestros más remotos antepasados.
Mediante el uso de pautas éticas, el ser humano pudo aprender a controlarlas, a ponerles freno, a mantenerlas dentro de ciertos límites.
Si alguien nos agrede violentamente, por ejemplo, no necesariamente nos abalanzamos furiosos para darle muerte o lastimarlo, sino que recurrimos a otros mecanismos, como por ejemplo ponerle un juicio por lesiones.
Pero para poder hacer esto, hemos tenido que dominar primero la rabia/ira, el impulso que nos hubiera llevado a la lucha inmediata.
La rabia/ira no es un problema específico de personas agresivas, es un sistema natural, pero si esta expresión emocional esta reprimida se desarrolla un comportamiento de auto castigo que puede llevar a la depresión.
El cerebro humano es el más evolucionado de todo el reino animal y supera 3 veces en el tamaño al de los primates no humanos.
Los animales con cerebro menos evolucionado (reptiles) poseen un cerebro primitivo formado por el tallo encefálico cuyo cometido es controlar los movimientos automáticos y regular las funciones vitales: latidos del corazón, respiración, metabolismo de los órganos, etc.
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